Abrí los
ojos al despertarme por el sol que entraba por la ventana. No me había dado
cuenta de que apretaba el puño hasta aquel momento. Lo abrí lentamente y me
encontré una llave sobre la palma de mi mano. No tenía ni idea de cómo había
llegado hasta allí, al igual que no recordaba la noche anterior.
La llave
era plateada con una forma original, la cual nunca había visto.
Abrí mi joyero y saqué una cadena para podérmela colgar al cuello.
La tuve
conmigo durante un tiempo hasta que, un día, en el pasillo de mi casa camino de
la habitación me dio por mirar al techo. Siempre había habido una puerta que
nunca fui capaz de abrir, como si aquella casa escondiera un desván
secreto. Cogí una escalera y coloqué la llave en la cerradura. Encajaba. Abrí
la puerta y subí a lo que, efectivamente, eran un desván en el cual había un montón
de sábanas blancas tendidas en una cuerda y manchadas de sangre.