El
despertador no había sonado y me levanté a la hora de comer. Me había saltado
las clases de aquel día, pero eso no parecía ser el mayor de mis problemas.
Miré por la ventada y la nevada nocturna había cubierto las salidas por
completo. Me dispuse a hacerme la comida y a esperar que la nieve se
derritiera. La noche llegó pronto y la nieve apenas había bajado unos
centímetros.
A
la mañana siguiente, sí parecía haberse derretido algo más, pero aun así, seguía
bloqueando puertas y ventanas. El teléfono de casa no funcionaba y empecé a
montarme una trágica explicación para aquella situación: el mundo se acababa. Afortunadamente, al día siguiente la nieve había desaparecido por completo y pude volver a mi vida real comprobando que el mundo seguía en pie.
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